01-02-2022
Tenemos que preguntarnos si tiene alguna relación el proyecto de establecimiento de la llamada “Única Contribución” con la revuelta de la Ulloa del año 1790. Todo parece indicar que sí: el miedo a la Única Contribución pudo ser el detonante por el que se produjeron en el interior de Galicia –Antas de Ulla, Monterroso, Palas de Rei, Chantada y parte de la provincia de Ourense- una serie de revueltas de las que aún no resulta clara su verdadera naturaleza, pero que provocaron graves desórdenes hasta el punto de conseguir deshacer las ferias de varias localidades de aquel entorno al grito de “viva el rey”, «viva la Ulloa» y “muera la Única”.
Todo arranca de mediados del siglo XVIII cuando los reyes Borbones iniciaron la reforma del sistema fiscal vigente con el fin de unificar y simplificar las complicadas «rentas provinciales» –alcabalas, cientos, millones, fiel medidor, tercias reales, etc.- y sustituirlas por una Única Contribución «a proporción de lo que cada uno tiene, con equidad y justicia…».
Para conocer la renta real de las personas, era necesario hacer previamente una «investigación» universal de todos los bienes de los vasallos, sin excepciones, también de los eclesiásticos y de los nobles, mediante una serie de declaraciones individuales –el llamado Interrogatorio del Catastro de Ensenada de 1753 [1]-, que haría posible calcular la renta local, la provincial y la del Reino.
En 1756 los trabajos estaban casi concluidos, pero la paralización de la Administración debida a la postración del Rey Fernando VI por la muerte de la reina Bárbara de Braganza, hizo que pasara aquel momento sin concluirla. La reforma se volverá a estudiar en 1760 y en 1770, ya en el reinado de Carlos III, y se abandonará definitivamente en 1779, treinta años después del inicio de la investigación.

Esta situación de indefinición e incertidumbre, que se prolongó durante tantos años, provocó inquietud entre los sectores que se sentían más perjudicados, como eran la nobleza y el clero regular, a los que no les convenía pagar los impuestos en proporción a sus haciendas porque significaba “que deberían pagar lo que nunca habían pagado”. Con el paso de los años esta preocupación se extendió también a la pujante nueva clase mercantil surgida en torno al puerto de la Coruña tras la liberación de su comercio con América, que también se sentía perjudicada en sus intereses ante la nueva contribución.
Todo eso, sumado a la falta de control en la recaudación, y que creían que habían sido engañados ya que la Única no había sido puesta por el rey sino obra de inferiores que lo exigían todo para ellos mismos, supuso que se consolidaran “ciertos poderes ocultos”, considerados por algunos como el más probable detonante del movimiento reivindicativo de la Ulloa.
A priori todo parece indicar pues que las revueltas de la Ulloa fueron fruto del miedo a la implantación de la Única Contribución por parte de las clases sociales más acomodadas -a las que habría que sumar el nuevo campesinado rico, cuyos ventajosos aforamientos de las tierras de los monasterios fueron consolidados gracias a la Provisión de Carlos III de 1763 [2]-, pero como algunos autores sostienen, pudo haber también cierta conexión con otros acontecimientos revolucionarios.

No se descarta en este sentido que determinadas noticias basadas en las declaraciones de alguno de los jefes de la revuelta pudieran confirmar esta hipótesis. Algunos protagonistas como Fernando Joanes hablan de ciertas cartas “recibidas de Francia”, lo que nos pueden hacer llegar a la sospecha de que existieran directrices de revolucionarios franceses llegadas a ciertos círculos privilegiados de nuestra región –en este mismo sentido opina Juan Manuel Bedoya [3], que piensa que “alguna mano oculta y poderosa, tal vez algunos emisarios de la asamblea desorganizadora de Francia eran los que fomentaban y pagaban y dirigian aquellos movimientos sediciosos…”-. La misma sospecha puede surgir cuando el propio Joanes manifestó al obispo de Ourense que el verdadero protagonista era “un hombre de posición” llamado Benito Antonio, que era un personaje desconocido que recibía de un “aldeano” el dinero para pagar a los sediciosos.
Aunque la naturaleza de estos sucesos no nos sea del todo conocida, los hechos son perfectamente confirmados por el Obispo de Ourense Don Pedro Quevedo y Quintano, quien conoció a los alborotadores y los detalles de primera mano debido al testimonio de alguno de ellos. El jefe de la partida, Fernando Joanes, natural del ayuntamiento asturiano de Boal, manifestó al obispo que estando en A Coruña, dos hombres desconocidos que se dedicaban a “agitar las ferias” le ofrecieron seis reales por día –cantidad considerable teniendo en cuenta que el salario de un jornalero de la época era de dos reales-, y le propusieron que fuera con ellos a Monterroso para tratar de quitar “la Única” y evitar lo que estaban haciendo los avariciosos recaudadores de rentas contra la voluntad del Rey. El siguiente día 5 se dirigieron a la feria de Chantada, y los días posteriores recorrieron gran parte de la provincia orensana deshaciendo las ferias, y provocando desórdenes hasta que el día 22 recalaron en la misma capital.

Ese día 22 de noviembre entraron entre sesenta y cien individuos en la ciudad de Ourense. Todos ellos iban armados con palos y obligaron a base de amenazas y golpes a los vecinos para cerrar casas y tiendas. A muchos de sus habitantes les exigieron dinero, comida y bebida, y al administrador de rentas provinciales 2000 reales, soltando también a los presos y prendiendo fuego a la cárcel.
Como se esparció rápidamente el rumor de que el día 27 iban a volver a la ciudad y la reacción de las autoridades no acababa de producirse, el obispo de Ourense fue el único que decidió tomar la iniciativa para armar el pueblo y defender la ciudad, lo que se produjo participando no solo la gente del pueblo con los pocos soldados que quedaban, sino que también se unieron todos los clérigos menores que aún no habían sido ordenados.
Cuando todo el mundo esperaba miedoso que el día 27 fuera otro día de violencia, fue el propio jefe de la partida Fernando Joanes quien pidió entrar en la ciudad en son de paz con el fin de explicar su actitud. Reunido con el obispo y con las autoridades en el Consistorio, manifestó públicamente que ellos no eran ladrones porque nunca habían robado y que solo trataban de quitar los tributos o contribuciones que les querían imponer sin noticia del rey.
Fue el mismo obispo quien les convenció de que la única forma de escapar de la horca sería rendirse. Consideraba el obispo a Fernando Joanes como un “hombre de cortísimo talento”, y sospechaba que alguien se aprovechaba de “la sencillez y él interés de los rústicos aldeanos” embaucándoos en las tabernas y en las ferias para captarlos y así poder cumplir sus propios objetivos –sin saber con claridad cuáles eran-.
El obispo de Ourense no solo quería el indulto para los campesinos revoltosos, sino también para el comandante Joanes, con el que se comprometió a solicitarlo siempre y cuando dejara las armas y pusiera fin a los asaltos en todo el reino de Galicia.
Tras largas gestiones con diversas autoridades en las que participaron el secretario de Hacienda, el Inquisidor General, el Nuncio y el arzobispo de Toledo cardenal Lorenzana, consiguió que finalmente el rey Carlos IV firmara la orden de indulto con la condición de que el jefe fuera desterrado definitivamente de A Coruña y que no pudiera entrar en Santiago ni en ninguna de las localidades donde hubo alborotos.
[1] Ver interrogatorio del catastro de Ensenada de Santa Eugenia de Asma en:
https://eirexe.es/o-interrogatorio-do-catastro-de-ensenada/
https://eirexe.es/o-interrogatorio-do-catastro-de-ensenada-ii/
https://eirexe.es/o-interrogatorio-do-catastro-de-ensenada-iii/
[2] La Provisión de 11 de mayo de 1763, firmada por Carlos III ordenaba la suspensión de las demandas de despojo interpuestas por los poseedores del dominio directo de las tierras ante la Audiencia de Galicia, tuvo una importantísima repercusión en el régimen foral en Galicia. Desde esa fecha ya no fue posible reclamar por vía judicial los despojos a los llevadores de los foros, motivo por lo que en la práctica los foros se convirtieron en una cesión perpetua. Ver a título de ejemplo: https://eirexe.es/os-despoxos-na-terra-de-chantada/
[3] Ver Juan Manuel Bedoya: Retrato histórico de D. Pedro de Quevedo y Quintano. 1835.
FUENTES:
Juan Manuel Bedoya: Retrato histórico de D. Pedro de Quevedo y Quintano. 1835.
Jesús de Juana López: El obispo Quevedo y la revuelta gallega llamada «de la Ulloa» (1790).
Avelino Seijas Vázquez: Historia de Chantada y su comarca.
Real Academia de la Historia: Pedro Benito de Quevedo y Quintano.
José María Donézar Díez de Ulzurrun: La Única Contribución y los eclesiásticos.
PARES: Catastro de Ensenada. Estudio Institucional.