18-2-2024
Las carreras de postas consistían en que un correo o un particular, previo pago, tomaban una caballería en una casa de postas acompañados de un «postillón» en otro caballo hasta la siguiente casa de postas donde el viajero volvía a cambiar de montura y de postillón, regresando el postillón que lo había acompañado a la anterior posta con su caballo. Los relevos de las caballerías se realizaban en las casas de postas, a cargo de los maestros de postas, que asignaban las monturas y los «postillones» a los correos y viajeros.

El sistema de postas supuso una revolución importante, pues de pasar a recorrer a pie o en caballería unas 7 leguas diarias se pasó a 20 ó más cada día. Los primeros en disfrutar de este servicio fueron lógicamente los reyes, pero a comienzos del siglo XVII ya aparecen relatos de la utilización de la posta por particulares. Todo particular que había querido viajar en posta debía obtener primero una licencia o pasaporte “de la autoridad correspondiente», que se obtenía en Madrid o en la dministración de Correos de las provincias lo que, junto con las tarifas aplicadas -unos ocho reales y medio de vellón por legua- encarecía considerablemente los viajes.
Felipe el Hermos otorgó el cargo de Correo Mayor de Castilla al empresario de origen lombardo Francisco de Tassis y a su muerte la reina Juana y el rey Carlos I, su hijo, concederán el cargo de Correo Mayor y Maestro General de Postas a los hermanos Bautista de Tassis, Mateo de Tassis e Fernando de Tassis, que serán naturalizados españoles poco más tarde.

TRANSCRIPCIÓN:
“Doña Juana e Don Carlos su hijo por la gracia de Dios reina y rey de Castilla et Leon…«
«por hacer bien e merced a bos Bautista de Tassis e Mateo de Tassis e Simón de Tassis hermanos naturales… «
«tenemos por bien y es nuestra merced e voluntad de vos hacer naturales de nuestros reynos y señoríos e queremos item mas que seays abidos por tales e poderlo gozar e gozeis de todas las cosas que gozan e pueden e deben gozar los otros naturales dellos ansi en lo natural como en la espiritual y es nuestra merced y voluntad que agora e de aquí adelante para en todas vuestras vidas seáis nuestros maestros mayores de ostes y postas y correos de nuestra casa et corte e de todos nuestros reynos…”
Los primeros mapas con los itinerarios de postas aparecieron publicados en el siglo XVII pero se fue ampliando a lo largo del siglo XVIII. En el mapa de España de Jaillot de 1721 se explica en la leyenda que son «exactamente recogidas y observadas todas las rutas de postas de España, basadas en los informes de los Correos Mayores de Madrid. Por orden de su excelencia el marqués de Grimaldo, ministro y secretario de estado de su majestad católica»:


Los itinerarios reglados de las carreras de postas a Galicia. (Pedro Rodríguez Campomanes, 1761)
En el siglo XIX, con el desarrollo de las carreteras, algunas carreras de posta pasaron a utilizar la silla de ruedas e incluso la diligencia, ganándose en velocidad (hasta 250 km en 24 horas). El paso del servicio de la posta de caderas a la diligencia fue sencillo porque no requerían las licencias y demás trámites que exigía la posta, pero se fueron implantando conforme el estado de los caminos iba permitiendo -en malísimo estado de conservación en Galicia-, por lo que la velocidad de la posta no fue superada hasta la aparición del ferrocarril.

A lo largo del siglo XIX los viajeros y el correo pasaron a ser transportados por el ferrocarril conforme la red ferroviaria se iba expandiendo, momento en que el ferrocarril terminó con la utilidad de los viajes “a la ligera”, “a la posta” o en “diligencia”. Fueron más de tres siglos en los que se pudo conseguir el sueño de reducir los tiempos de transporte a la quinta parte.
El transporte del correo por ferrocarril supuso una importante novedad y conllevó, junto con el prepago por la correspondencia, el abaratamiento de costes, la rapidez y la capacidad de carga, la creación de las expediciones ambulantes por ferrocarril. Una real orden de 1844 que autorizaba la creación de los caminos de hierro, recogía la obligación de que los conductores y agentes del servicio del correo pudiesen utilizar sin coste los servicios ferroviarios.

Nacían así las oficinas de correos ambulantes, verdaderos centros de transporte, recepción y clasificación de la correspondencia. En los coches-correo los ambulantes clasificaban durante el viaje la correspondencia y los periódicos para entregarlos con mayor rapidez en las estaciones intermedias. A finales del siglo XIX la construcción de las vías de ferrocarril en España estaba ya muy avanzada, lo que permitió configurar las siete líneas postales ambulantes principales que tenían origen en Madrid, que pervivieron hasta los años noventa del siglo XX:
Norte, de Madrid a Irún.
Noroeste, a la Coruña.
Mediterráneo, a Valencia.
Aragón, a Barcelona.
Estremadura, a Badaxoz.
Andalucía, a Cádiz.
Tajo, a Valencia de Alcántara.